Educación, Vida y Amor.
Tres conceptos cuya amplitud e importancia exigen un delicado discernimiento para determinar con precisión su significado.
La educación es una actividad connatural a las familias, donde de padres a hijos se transmiten históricamente conocimientos, costumbres y valores necesarios para afrontar los desafíos de la vida cotidiana. Pero también los cambios sociales, políticos y culturales influyen en el desarrollo de la educación, entrando en disputa una antigua tradición socrática para la cual la educación consiste en colaborar a sacar afuera aquello que somos en nuestro interior, con otra vinculada a la Ilustración que hace hincapié en la acumulación del conocimiento.
En nuestra perspectiva, la educación va más allá del saber enciclopédico y la mera socialización, teniendo como horizonte la emancipación, esto es, brindarle a cada individuo las condiciones para desplegar sus potencialidades como ser humano, buscando introducirlo en el sentido de lo real.
Por esto nuestra meta es educar para la vida, ya que se trata de colaborar a que cada persona llegue en las mejores condiciones para asumir su vida y poder construir junto a los demás un lugar más humano.
Pero tampoco la vida tiene un sentido unívoco. Para algunos es ocasión de afirmarse a sí mismos; para otros significa correr tras sus intereses o la mera búsqueda de riquezas. En nuestra visión, la vida es para darla gratuitamente de la misma manera en que nosotros la recibimos.
Sostenemos que se trata de vivir para amar, porque amar es precisamente afirmar al otro, en una entrega que resulta el descubrimiento de nosotros mismos. De esto nos habla el Evangelio en lo que Romano Guardini llama la ley fundamental de la vida:
"Quien quiera ganar su vida la perderá, quien la pierda por mí la ganará." (Lucas 9. 24)
En definitiva, concebir nuestra tarea en la perspectiva que traza este lema, “Educar para la vida, vivir para amar”, implica el compromiso en la construcción de un pueblo nuevo.